miércoles, 31 de diciembre de 2008

Beso


Se percibe.
Humo de gritos roncos arde por miedo al azar,
a la ceguera y la rudez de su belleza,
sus ojos, su delicia.
Brizas rústicas al acecho movilizan, activas,
la mente imperfecta.

Se concreta.
El aire se cobija en los silencios,
suspiros,
anfitriones del cosquilleo mítico de su boca.
Esa sabia frenética recorre el delirio,
tan ideal, desgarrante,
como las rúbricas de las dudas,
los signos, las palabras.

Se perpetúa.
Muero espectante al pie de esta prisión,
cercada por rombos magníficos de esmeraldas y ónix,
colmada de orquideas de presiones,
de una panacea esfumada,
pura.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Ludopatía


Ficciones tan reales se tornan verosímiles.

Realidades tan complejas se diluyen entre ilusiones y falsedades.

Molesta la extrañeza de saber leer y resultar lo opuesto,

la locura de participar del todo y encontrarse a la vera de lo imaginario en segundos.

Mis manos se abrieron al azar torpemente,

pronto, mal.

Los deseos se reprimieron bajo la piel consecuentes,

exquisitos, estupefactos.

Un juego sobre la mesa,

y un manual atroz y contrapuesto por jugador,

se confabulan en contra de las intenciones y la armonía de lo permanente,

de la pendiente,

de mi.

Así estamos, así estoy,

En una travesura extravagante, diversa y confusa.

O porque no, mientras tanto, en paralelo,

en una travesura desagradable, única y simple que no quiero reconocer.

Voces que afirman, letras que entumecen, y miradas que delatan son las fichas,

la mente el dado, y el corazón el botín.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Pérdida



Las manos se soltaron por última vez, el roce suave quemó, dolió en el pecho entrelazado con la congoja. Sintió que fue en cámara lenta, lo supo, ya no más, otra vez.
El duelo era lo que más detestaba del amor, pero era, también, el destino que más había recorrido, más que la misma felicidad. Superar las pérdidas, asumir la soledad, encontrarse consigo misma y hacerse frente.
Lo miró desde la ventanilla, sabiendo que era la despedida, dolorida, con el arrepentimiento en la punta de la lengua contenido por la barrera de los dientes. Le dolía perder tantos recuerdos, pero la decisión era en base al futuro.
El motor dio el paso restante y la lejanía empezó a expandirse. Dos fuentes de lágrimas se inauguraron en el instante mismo. Dolía, y mucho. Habían aplicado la eutanasia a la relación agonizante que los mantenía juntos. Las hojas ya no escribirían relatos de dos, sólo reminiscencias de un pasado hermoso, pero muerto.
La película empezó a correr, y una plataforma de anécdotas, risas y alegrías se siguieron haciendo agua en sus ojos, recreaban la nostalgia de uno y del otro, de los dos.
El amor existió, pero desnutrido, se transformó en melancolía, dulzura y recuerdos.
Él la perdió a ella. Ella se perdió a si misma.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Aturdida



Desorientada,

con la mente extraviada en alguna partícula ajena,

con los labios pidiendo néctar en lugar de bruma,

busco,

como quien escudriña aquello que nunca vio,

de un modo tan impreciso como mis convicciones.


Destrozada,

por los rigores de las decepciones,

por las carcomidas esperanzas rancias,

quiero,

lo poco que se me permite pretender de esta vida,

lo que cada mano esté dispuesta a extenderme.


Remendada,

por los afectos tan puros de los que rodean mi alma,

por las fuerzas sedimentadas que dieron firmeza a mi suelo,

nazco,

para darme lo que debo y anhelo,

para no vivir de tu recuerdo, de lo posible, del jamás.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Mediocres


Me encuentro con la vista perdida
repleta de hartazgo y sentimientos encontrados,
lágrimas que susurran al oído
y gritos de decepción.

Los teléfonos empañan las ideas.
Las teorías de nada sirven sin acción.
El actuar es vano si no es de a dos.

Comprendo en la práctica que el amor no lo es todo,
y la necesidad de un complemento urge en la noche,
y orada en el día.

Besos decorativos y miradas desteñidas
se amarran a la rutina de aquello que ya no busco.

Vivir del pasado ya no es mi premisa,
preciso, requiero,
la firmeza de las voces,
la aventura de dos ojos,
y la sagacidad de un instante.

Pidió futuro y lo pensé,
dejé a un lado los recuerdos, a la espera,
y el presente, donde recuesto mi ser,
permanece sediento e inconforme,
aguarda la fuerza para el tiro certero.

Lo afirma hoy este ser autónomo,
con sentimientos libremente activistas,
que busca amor.

martes, 21 de octubre de 2008

Ojos


Siempre detenía la vista en el desafío al que me retaba el dibujo de su iris. Celeste, casi traslucida, me llevaba a un páramo oceánico donde sólo estábamos él y yo. El borde, el limite, se oscurecía advirtiendo el fin de la travesía, la vuelta al mundo, el cable a tierra. Todo ocurría en segundos, pero eran segundos frecuentes donde encontraba paz.

Quizás en él se encuadraba aquello que necesitaba, quizás, no lo sé. Me generaba intriga, dulzura, rareza, armonía, y nuevamente intriga. Lo sentía como un alma paralela, uno de esos amores platónicos que se nutren de la imposibilidad, de esos, que a pesar de desearlos tanto no queremos que nos pertenezcan por la hermosura de la ilusión.

Lo veía cada día, como cliente fijo del restaurante donde yo trabajaba. En dos momentos mi corazón dejaba de seguir el ritmo de mi música interna y pertenecía a otro compositor, cuando él entraba saludando y cuando miraba a la caja para pedir la cuenta. Una rutina que rogaba fuera eterna; hundirme en esos ojos cada día, darme a esa voz en cada sílaba.

La estrofa de una canción siempre lo recordaba, lo traía, y detrás una sonrisa cómplice de mi parte, “Soy aquel tipo callado con aires de intelectual que te mira de costado sólo por disimular”. Quizás sólo mi deslumbramiento y yo inventábamos la paranoia de una atracción secreta, quizás sólo su iris y yo éramos parte del juego, la hazaña.

Pasaron meses y todo se daba siempre del mismo modo, de aquel precioso modo, divinamente místico. Sin embargo, mi torpe impaciencia se desesperaba cada día mas por tenerlo, por resolver el enigma que tan mágico lo volvía, y se aventuró a tomar la decisión de hablarle a través de mis labios.

En el momento en que pidió la cuenta, en lugar de mandar al mozo fueron mis pies como imanes a su mesa. En el mismo instante que quedé frente a él me arrepentí como nunca de haber emprendido esa travesía. Nos miramos y cometí el error de perderme en sus ojos. Permanecimos en silencio, él tampoco sabía qué decir.

Intenté reaccionar rápido y le comenté que a los clientes permanentes de la casa, ese mes, se les regalaría una cena el día miércoles (sabiendo que era el día que yo debía hacer horas extras por la noche). Y allí, mi vocación detectivesca frustrada acotó que podía venir con su pareja si quisiese.

La respuesta fue la no esperada, “Muy bien, muchas gracias, ¿me podría dar su número para hacer la reserva para dos?”. Se derrumbó la ilusión, el juego, el desafío. Perdió sentido la canción y lo platónico de la aventura.

Volví a la caja y esperé a que se fuera. La mística ilusoria debía acabar o nutrirse de la incertidumbre, del hilo de duda del que pendía lo inexacto de un “para dos”. Decidí no consultar mas, dejar todo en manos de la rutina conformista.

Siempre detenía la vista en el desafío al que me retaba el dibujo de su iris. Celeste, casi traslucida, me llevaba a un páramo oceánico donde sólo estábamos él y yo. El borde, el limite, se oscurecía advirtiendo el fin de la travesía, la vuelta al mundo, el cable a tierra. Todo ocurría en segundos, pero eran segundos frecuentes donde encontraba paz.

martes, 30 de septiembre de 2008

Quién

Pasó por debajo de la puerta y después de dos vueltas en el aire, simulando ser un carro de montaña rusa, encalló al borde de su pantufla. Resultaba ser un sobre blanco, como el de cualquier carta, pero lo extraño era que ella no solía recibir ninguna, a no ser reclamando pagos retrasados.

El sobre no llevaba ninguna inscripción. Ella lo levantó, lo examinó y al no encontrar ningún indicio lo abrió.

Era una nota escrita en un papel pequeño que contenía exactamente las siguientes palabras:

“Mónica:

Te encuentro en el lugar y la fecha.

La persona que esperas”

Permaneció confundida unos segundos y se abalanzó sobre la puerta inútilmente, con la ilusoria esperanza de encontrar allí al emisario anónimo. Miró a su alrededor, analizó las cercanías desde el exterior limitado que le permitía el pijama, y desencantada entró cerrando la puerta a sus espaldas.

No entendía qué estaba ocurriendo. Era una carta un tanto insólita, a la que consideró para broma estúpida, y para extrañeza excesiva. Los interrogantes empezaron a lloverle: a quién esperaba, cuál era el lugar y cuál era la fecha. Definitivamente se trataba de alguien que la conocía, que sabía como se llamaba y donde vivía.

Mientras preparaba el desayuno pensó una y otra vez en esa carta, la revisó, la observó en detalle, creyó que los libros que había leído en su infancia sobre los casos de Sherlock Holmes la ayudarían, pero no logró ningún avance.

Se cambió, metió la carta en el portafolio y salió tarde camino a la oficina. Su vida era lo suficientemente estructurada como para que una carta fuera de lo común conmocionara la totalidad de sus acciones. Hacía meses que había logrado el ascenso y ya había conseguido armonizar y sistematizar sus tareas de modo que nada saliera fuera de lo previsto.

Esa tarde tenía la reunión con los gerentes de las sucursales de Buenos Aires, debía estar lucida y preparada, así que dejó de lado el misterio y se dispuso a organizar los temas a desarrollar en el encuentro que sucedería en tres horas. Prendió la notebook y entró a su casilla de e-mails en busca del listado de personas que se presentarían para puntualizar datos concretos.

Tenía dos nuevos mensajes, el de la empresa y un anónimo. La carta volvió a su mente y automáticamente emparentó un recado con el otro. Lo abrió y decía:

“Mónica:

Te encuentro en el lugar, esta tarde a las 14.

La persona que esperas”

A las 14:15 era la reunión en la sala de conferencias. Quedó perpleja, trató de hilar más teorías de las que su mente era capaz en segundos. Sería un juego, pensó, quién se tomaría el tiempo en dar indicios para deshacerle los planes. Creyó que quizás era alguna persona de la oficina que pretendía su puesto, y por eso desestabilizarle las horas previas a la reunión.

Fue hasta la puerta con la excusa de pedirle un café a Luís, su secretario, y observó con detalle a las personas del pasillo, de los demás escritorios, estaba convencida que entre ellos se encontraba la mente perversa que planeaba fríamente sacarla del camino. Ya no pensaba en otra posibilidad, se convenció que en el mismo predio estaba su enemigo, y empezó a atar cabos en pos de reducir la lista de sospechosos.

Luís trajo el café, lo apoyó sobre el escritorio y dejó en el platito los dos sobres de edulcorante de siempre. Era un chico eficiente, pero un tanto torpe para algunas cosas. Le preguntó a Mónica si traía la correspondencia ahora o después de la reunión. Ella estaba tan perseguida que le pidió que no se demorará y lo retó por no haberla traído antes.

Entre los tres sobres había uno con una invitación a un agasajo de la empresa por su décimo aniversario, otro con publicidad de una agencia de viajes y, cumpliendo con lo esperado, un sobre anónimo. Los otros dos fueron dejados de lado y el tercero abierto con desesperación. Había un papel pequeño, igual que el del primer recado que decía, con la misma letra, lo siguiente:

“Mónica:

Te encuentro en tu plaza favorita, esta tarde a las 14.

La persona que esperas”

Este último recado desbarató todo lo que venía rumiando desde hacía una hora. Ya la reunión había salido de sus preocupaciones, la incógnita la estaba matando. Se preguntó si habría otro mensaje diciendo quién era, qué buscaría esa persona que en realidad ella no esperaba, hasta ese día.

Miró el reloj, faltaba una hora para la reunión y 45 minutos para su encuentro. Qué hacer. En la mesa estaban los papeles con la organización de su primera reunión a nivel regional, y al lado las dos cartas con la notebook y el mail abierto. La disyuntiva sobre el escritorio y la incertidumbre en su cabeza.

Su trabajo, lo que toda la vida anheló, lo que le gusta, o una aventura arriesgada. Cuál de las dos debía primar. Se sentó y con los brazos cruzados sobre el escritorio apoyó la cabeza como protegiéndose de todo lo que acontecía. Fue a su infancia sumergida en los recuerdos, su padre enseñándole a andar en bicicleta, la madre llevándola de paseo, la abuela y los juegos, y de repente la plaza.

Vinieron a sus ojos colores y a sus oídos la música de la calesita. Una plaza de barrio, con bancos de madera blancos y otros de cemento, con juegos poco convencionales como un caño, un mástil sin bandera, dos hamacas rotas y un cantero en desnivel que servia para jugar a la mancha. Una cancha de bochas donde iba el abuelo de su mejor amiga que se peleaba siempre con el vecino, nunca se entendían.

A ella le gustaban dos cosas de la plaza, los árboles altos, que creía que en no mucho tiempo iban a llegar al cielo como los del cuento de los frijoles mágicos y la calesita, donde la llevaba su abuela, donde era feliz, reía.

Se encontró inmersa en recuerdos en la oficina. Se secó las lágrimas y miro nuevamente el escritorio. Tomó los papeles de la reunión, y previo paso por el baño para una reconstrucción de imagen, caminó hasta la sala de conferencias. Allí estaban los trece gerentes esperándola. Los hizo pasar y pidió a Luís que trajera café para todos.

La exposición duró dos horas y fue un éxito, sin embargo ella había quedado tocada por todo lo que habían desatado esos tres mensajes en su interior, aun no se reponía. Sabía que a una de las dos asignaturas debía fallarle, pero no estaba segura de haber hecho lo correcto.

Terminó su jornada con un llamado del presidente de la compañía felicitándola, con esa jugada se había asegurado el lugar. Apagó todo, se despidió de Luis y le preguntó si había llegado alguna carta a último momento, pero la respuesta fue negativa. Bajó al estacionamiento, abrió el coche, se sentó, y tiró con desgano el saco y el portafolio en el asiento trasero.

Iba a arrancar el auto y se arrepintió, suspiró, tiró la cabeza hacia atrás y acto seguido buscó las cartas entre sus cosas. Las miró, con los ojos desorbitados en ese punto fijo durante unos segundos. No creía haber hecho lo correcto, pero fue su decisión y ya era pasado.

Dejó los vestigios del misterio irresuelto a un lado y dispuso el auto para salir a la avenida. Hizo el recorrido que la separaba de su casa, el de cada día, con la mente en blanco. Llegó a la entrada, pero antes de guardar el auto quiso corroborar si algún mensaje se había deslizado bajo la puerta, pero sólo encontró publicidad.

Guardó el coche y fue a la cocina, abrió la heladera y no había nada. La cuestión que ni su casa la comprendiera la angustió. Decidió salir a caminar, se fue sin rumbo, quizás cenaría algo en el camino.

Necesitaba pensar. Pensar en lo que dejó de lado, en lo que no hizo, en lo que decidió, en lo que fue. Caminaba despacio, con las manos en los bolsillos y la vista fija en el piso, como si hubiese perdido algo, pero en realidad era sólo una excusa para no mirar de frente.

Pasaron calles, cuadras y llegó a las cercanías del barrio de su infancia, inconcientemente fue donde debía haber ido esa tarde. Quizás la llevaron los recuerdos que debían materializarse ante sus ojos. No vivía lejos, pero la vorágine de su rutina plagada de responsabilidades había logrado que pasaran años sin que ella recorriera esas baldosas.

Siguió caminando, iba hacía la plaza.

Ya no había calesita, quedaban los fantasmas de una cancha de bochas llena de pastizales. Los árboles habían sido podados y acondicionaban un paisaje invernal. Había juegos nuevos, ya no más cantero, ni caño, ni hamacas arcaicas. Permanecían sólo, al igual que antes, el cordón de la vereda y algunos bancos.

En el único que quedaba de los de cemento había una mujer sentada, sola. Estaba de espaldas a donde se encontraba parada Mónica, quieta, esperando.

La vio estática y aguardando algo, a alguien. Se le aceleró el pulso, se preguntó si sería quien mandó la carta. No supo si acercarse o no, caminaba dos pasos y retrocedía tres, temblaba. Hasta que cerró los ojos, respiró hondo y se dispuso a embestir con paso firme.

Llegó al pie del banco y miro a la mujer, ahí sentada, se vio a ella misma.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Siempre de pie


Nació del caos y las necesidades.

Huérfana de padres,

fue alimentada y cuidada por hombres y mujeres

que le tomaron aprecio y supieron ver su talento.

Llegando a la adultez

con una vida signada por tropiezos y caídas,

huellas oscuras de su existencia que la quebrantaron,

es el más digno ejemplo de fortaleza.

Fue victima de amores y odios,

ultrajada y apuntalada para seguir camino,

para dirigir aquel recorrido firme.

Desde siempre valorada,

más allá de su belleza,

como una deidad social,

dueña de carisma y logros

que la hacen parte de cada uno de nosotros.

Hoy, ya madura, es resguardada y protegida por una idea,

dos palabras de millones

que trascienden las convicciones individuales:

Nunca más.

sábado, 2 de agosto de 2008

Erial


La soledad se materializa en el desierto.
Tierra desolada,
sin mas que un espectador ocasional
que nunca desea permanecer en ella.
No hay agua,
la sed abruma al nómade,
y la arena lastima en la aridez de la piel herida.
El sol curte el cuerpo del peregrino
corrompiendo su sensibilidad
y aislándolo del mundo que lo circunda.
El rumbo es impreciso al igual que el fin de la travesía.
Los espejismos,
memorias añoradas,
acentúan el sufrimiento por la lejanía del pasado
y la incertidumbre del futuro.
El paso de los días extraviado en ese lugar,
hacen al errante un agonizante
con menos ganas de vivir a cada minuto.
El silencio,
la ausencia de una voz cálida
que amenice la distancia hasta la meta indefinida,
repregunta el porqué continuar,
por quién seguir.

martes, 15 de julio de 2008

El ombú


Era un árbol añoso, lleno de ventanas para que la luz entrara en el almacén que Inés atendía todos los días a la hora de la siesta. Tenia ramas enormes y recovecos que se transformaban en estantes. Dos cajones de manzana que quedaban ahí dentro, esperaban las tres de la tarde para contener todas las clases de quesos imaginarios que habría en la mejor fiambrería.

Luis juntaba hojas de higuera, de nogal, de sauce, de parra y de ciruelo para ser cada vez más adinerado y así poder comprar toda la comida que haría falta en su castillo, custodiado por su feroz bestia, Pocho.

El primer cliente de la jornada siempre era Luis. Llegaba en su moto Harley Davinson, sin motor y con pedales, pero con una canasta apropiada para llenar de provisiones. Inés lo recibía de muy buen gusto y le preguntaba que necesitaba, lo atendía con suma cortesía del mismo modo en que Elvira recibía a su madre todos los sábados en su comercio.

Luis había comprado ya todo lo que necesitaba para la fiesta de esa noche, gaseosas, chocolates y bombones helados, pero cuando se decidía a pagar, escucharon el grito de Carmen que buscaba a su hija. Inés debía estar acostada, así que cerró rápidamente el negocio y junto a Luis y Pocho corrieron a la casa de la tía para esconderse y no ser castigados.

La fiesta tuvo que posponerse para el día siguiente, pero en compensación merendaron una tasa de chocolate caliente y torrejas en su guarida de todos las tardes.

domingo, 6 de julio de 2008

La vida es una moneda

Un peso en la calle que, después de una sonrisa de reojo, fue derecho al bolsillo del pantalón. Siempre es bueno encontrarse algo, da la sensación de que uno empieza con el pie derecho, pensó, y siguió desenroscando los cables del auricular.

El camino a la parada era siempre el disparador de reflexiones, variando la profundidad según el sueño acumulado por la rutina. El tema de hoy: qué haría de su vida de acá en mas. En efecto, no había descansado bien y en esas circunstancias, los problemas se solían magnificar.

Cree que la vida es sólo una, que no puede perder ni un minuto en algo que no la haga feliz, aunque mas no sea a futuro. Piensa que la vida es una búsqueda de placer constante, satisfacciones y riquezas. Y esta rutina era prueba de que no iba por el buen camino.

Mientras Charly García le susurraba al oído que el reloj en su puño marcó las tres, llega el colectivo y una vaga noción de cual seria la decisión se esbozaba en su cabeza. Dice al chofer “noventa” y saca el peso de su bolsillo para dejarlo librado a su suerte en la maquina a cambio de un boleto.

Se tira contra un asiento y deja que la vista se le pierda en el camino. No puede dejar los compromisos ya asumidos, no lo consideraba correcto, pero cómo desaparecer. La lógica le decía que debía esperar a que terminara el año y después organizar de otro modo el próximo, pero la urgencia por la intolerancia quería una solución ya.

Quizás evaporarse unos días y olvidarse del mundo. Pero no, porque al regresar sería lo mismo, que odiaría aun mas. Qué hacer. Sólo había visto viable la idea de cumplir con todo lo que debía, pero tratando de volver a ser ella. Dándole su toque a cada cosa, y no dejando que las obligaciones sobrepasaran la apropiación de cada actividad.

Pasó el tema, no quería escuchar nada de Cold Play, la ponía peor, así que pasó a Johansen, que le aconsejó “no seas insegura, eso déjamelo a mi”. Y ante semejante recomendación, decidió hacer propio cada compromiso que se le cruzara.

Semáforo en rojo, faltaba poco para llegar, y una manito de 5 años le deja una tarjetita sobre mochila que llevaba en la falda, busca en el bolsillo del pantalón y encuentra 10 centavos. “La vida te sonríe” escrito con brillitos y Mickey sonriendo era lo impreso en el frente del almanaque, mira al nene y, con la sonrisa de una mente ida, le da los 10 centavos y la tarjeta.

El edificio con el cantero azul la alerta, se acerca al chofer y le grita “parada”. Casi se pasa por estar distraída. Serrat la trataba de convencer de que “hoy puede ser un gran día, platéatelo así”.

domingo, 22 de junio de 2008

Esencia


Pies,

llenos de lugares,

que fueron por senderos conocidos y no ciertos,

por rutas dictadas y queridas.


Piernas,

cansadas de subir escalones,

hartas de no llegar a destino,

doloridas y débiles.


Cadera,

coloreada de rumbos,

deseada y difícil,

selectiva y dulce.


Vientre,

simple y joven,

futura vida quizás,

ni pasada ni presente.


Columna,

rectora del bálsamo divino,

lastimada pero erguida,

compuesta y unificada.


Manos,

escritoras y laboriosas,

pañuelos de seda de tantas lagrimas,

dueñas de caricias ilimitadas.


Pecho,

frente a todos vanidoso,

parte del génesis y el transcurso,

centinela receloso del amor.


Cuello,

puente entre el corazón y la mente,

arbitro de riñas eternas,

receptor de besos exquisitos.


Labios,

hacedores de palabras,

transmisores de sentimientos y lujuria,

propios y ajenos.


Ojos,

materialización del infinito,

guías irremplazables del camino,

manantiales de tristezas y alegrías.


Y yo,

suma de mi todo,

tan tuya, tan nuestra,

me entregare en pago al final del camino,

hoy siendo mente, mañana quizás tierra.


Como suya permanezco,

como mía escribo,

y como tuya espero.

sábado, 14 de junio de 2008

Diluvio


Debajo de mis ojos, las fortuitas y numerosas lágrimas desbordaron cuencas que precipitaron una inundación imprevista. No dio tiempo a evacuar los sentimientos. La víctima debió resguardarse en lo precario, y quedar malherida al pie de la vida.

Sus pertenencias se perdieron por la inclemencia del dolor y ahora se encuentra pordiosera junto a su soledad, sin vistas de un futuro, rumiando aun lo perdido, sin proyectos, sin presente.

Evita recurrir a prestamistas de dulzura, conoce cuan caros son sus intereses y no está en condiciones de afrontar tal empresa. La tristeza le quitó todo, incluso las ganas de pedir ayuda, de refugiarse en algún amigo.

Con harapos, se esconde en alguna ruina del pasado para pasar el frío, sabiendo lo peligroso que es confiar en una estructura ya corroída por ciclones de olvidos. Y ahí se queda, dejando transcurrir el tiempo.

Quizás espere que las consecuencias te tal angustia pasen, que los vestigios de cada golpe de la congoja se sedimenten para poder reconstruirse, a orillas de la vida, plantando felicidades y cosechando amor, como hasta ayer lo hacía.

martes, 3 de junio de 2008

Fin

Miércoles, diez de la noche, sale del edificio disparado, con una mente que iba mas rápido aun que su trote inseguro. La discusión con ella lo aturdió, por primera vez se había quedado sin argumentos y, sin mas, debió darle la razón.
Un chico le dice que tiene los cordones desatados, ni siquiera lo oyó, va ensimismado en la reconstrucción del hecho, en el puntapié final que terminó con todo. No logra engullir la cantidad de emociones que tiene atoradas en el pecho, sigue escuchando sus gritos y sus silencios, como los ajenos.
Llega a la avenida y un conductor lo despabila con su bocina tras un grito de “mira por donde caminás”. Termina de cruzar rápido y se sienta en el cordón de la vereda para atarse el zapato, que con el tropiezo por el susto, nota desatado.
Caen lagrimas solas sin intención, que le molestan, en ese día tan frío, tanto como el popurrí de angustias que lleva dentro. Se para y enfila sus pies a la plaza que esta una cuadra mas adelante, sin sentir la helada que se viene, con el dolor a flor de piel como impermeable ante la intemperie.
Piensa, en todo y en nada, delibera en el aire sin tener noción de que es lo que realmente quiere. Ya está, se terminó. La escena se le cruza una y otra vez, como una película repetida. Discutieron horas desde que él llegó cerca de las 6.
Sabe que ya no hay modo de recuperarla, ella misma se lo dijo “no te quiero mas, en realidad nunca te quise como pensabas”. Después de esas palabras su vida se vio quebrada, no esperaba esa merienda después de trabajar 8 horas como cada día desde hacía años.
Ella tenía razón, no tenía sentido estar juntos cuando esperaba un hijo de otro hombre, a quien amaba, con quien se iría a vivir.
Él, desconcertado, escuchó mientras la miraba, la admiraba, desmenuzaba su belleza a la par de su propia vida. Ella estaba en lo cierto, pero no era lo que él quería escuchar. Discutieron, y mucho. Él llegó incluso a proponer la incoherencia de hacerse cargo del bebé, pero ella no quiso, prefirió vivir con quien amaba y el hijo que esperaban juntos.
Prende un cigarrillo y larga todo lo contenido en un grito lleno de lagrimas y humo. Sigue recordando cómo ella lo quería hacer entrar en razón, que ya no existía posibilidad de un mañana juntos, que debía reconstruir su vida y no verla mas.
De un susto tira el celular al piso mientras suena, número desconocido, lo deja ahí, mientras se seca las lagrimas con el puño del saco. Recuerda cuando la conoció, cuando le habló por primera vez, recuerda lo que fue y ya no sería.
Decidió ir a su casa, dormir y dejar de lado el mundo que tanto le hacía recordar los momentos felices. Se acerca a la vereda, para un taxi y le indica la dirección. En el camino mira las luces, las personas que caminan, los autos que pasan, todas esas personas que siguen viviendo mas allá de su desazón.
Se baja tres cuadras antes y compra un atado de Marlboro en el kiosco. Camina y busca el encendedor, se da cuenta que lo tiro junto con el teléfono en la plaza, entonces pide fuego a un señor que pasaba, estando ya a media cuadra de su casa.
Mientras saluda y agradece viene corriendo un hombre desesperado y lo agarra del cuello, lloraba, estaba enloquecido, gritando ahogado “Marcela, mi hijo”. En segundos una decena de policías lo enredan con esposas y manos diciendo que era sospechoso por el crimen de Marcela Díaz.

martes, 27 de mayo de 2008

Yo, por siempre yo


La calle, tan tuya y de nadie,

observa tu caminar errante,

pensativo y apenado.

Marchas sin rumbo, con un destino fijo,

con la conciencia tranquila, perpleja.


Las post datas que no has podido trazar

fueron redactadas por otros.

Otros ajenos a tu transitar,

al desenlace que debías firmar.


Un mundo ensombrece tu noche.

Una persona desbarata tu esencia.

Y tu pureza, pluma ávida de escritura,

volcó su sangre sobre las hojas en blanco.


Las lágrimas de tantos impíos se niegan a reconocer las tuyas,

como si se devaluaran por la distancia,

o se perdieran en los cordones de las veredas,

en los renglones de tus cartas.


Los ojos de los que tienen la agudeza de verte contemplan tu agonía,

tu debilidad.

Espejas lo que sienten y no se atreven a decir.

Asumes la muerte de las ilusiones,

del futuro, de la vida.


Y yo, que compartí todo tu recorrido por nuestro cosmos,

te veo gris y marchita, resistiéndote a la parca.


No hay mas cruzadas que seguir y sin embargo aquí estas,

fortaleciendo la memoria de la pérdida,

dando sustento a un virgen designio,

procurando ofrecerle, a tu manera,

lo que en todos esos puntos y comas no pudiste hacer suyo.

miércoles, 14 de mayo de 2008

20 años


---Llega a la escuela, mira la fila y resopla. Sin más remedio, se dispone a esperar. Piensa solamente en el sueño que tiene y bosteza, anoche el insomnio lo liquidó, no sabe que hacer para recuperar la plata, mañana va a llamar al abogado.

---Dieciocho años, tenía todos los nervios y miedos propios de la primera vez, la excitación por lo nuevo, un derecho que se convertía en una aventura. Estuvo desvelado toda la noche, se sentía un poco entupido, pensaba que no era para tanto, pero por otro lado, se daba cuenta de la dimensión de lo que ocurriría al día siguiente, y era alucinante. A las siete y media de la mañana fue acompañado por su padre al comercial.

---La hilera de personas no avanza y se hace el mediodía, Andrea lo está esperando con la comida lista y los padres deben estar ya en la casa. Otro problema pasa por su cabeza, “no sale la jubilación del viejo y tengo que darle guita para que se manejen, justo ahora que no tengo un mango partido al medio”. Con otro suspiro profundo, que llama la atención del chico de adelante, sigue esperando.

---Tenía el documento como nuevo gracias a la funda que le había comprado la madre, siempre lo llevaba con él por las dudas que se lo pidieran en la calle, y eso lo iba desgastando. Lo llevaba en la mano, todo transpirado por las ansias de entrar al cuarto oscuro. El voto ya estaba decidido, había conversado con varias personas que él sabía que entendían del tema, porque de política no se hablaba con cualquiera, además tampoco creía que fuera conveniente que se supiera que a él le interesaba.

---No sabe a quien va a votar, le da lo mismo, para él son todos iguales, considera que no hay ni habrá cambios de la mano de todos esos “corruptos que vendieron el país”. El gendarme lo hace pasar y la fila sigue adentro. Los fiscales y las personas que ya se sacaron el peso de encima, desfilan por al lado de él y eso lo fastidia.

---Habían empezado a llegar los presidentes de mesa, el corazón se le aceleraba y media hora después empezaron a entrar los madrugadores. Él pensaba como debía comportarse, no quería demostrar la euforia contenida por los años que un país entero esperó ese momento. ¿Debería llegar y dar el documento instantáneamente o debería presentarse y esperar a que se lo pidieran? Por las dudas le preguntó al papá que, no menos alegre que él, tenía más comicios en su historia.

---Se acuerda del enojo de anoche, cuando le dijo al “viejo” que no lo pensaba llevar a votar. No entiende porque tiene tanto patriotismo encima, cómo se creyó ese verso que les metieron tantos años en la cabeza. Su padre pasó los setenta años y con el tiempo fue perdiendo la visión, no puede manejarse solo, distingue formas y colores pero necesita que lo acompañen para hacer tramites o, justamente, votar. Él no tiene ganas de andar dando vueltas con el “viejo”, quiere liberarse de esto e irse a la casa pronto. Se arrepiente de no estar en este momento a más de 500 kilómetros.

---Lo hicieron pasar, sentía un hormigueo en el estomago que terminaba en la punta de los dedos. Había perdido el pulso y le temblaba la voz. Por suerte el padre le dijo que, para que aprendiera, votaba primero y después lo esperaba en la puerta. Eso lo tranquilizó un poco, pero no lo suficiente para que el documento no pareciera una hoja raquítica tiritando.

---Pasa el joven que está delante de él, y le piden que dé su nombre, lo dice, el presidente de mesa grita el número de orden y los fiscales anotan a la par suya, firman el sobre y se lo dan. Él espera con fastidio.

---Llamaron al padre y miró cada detalle para saber que hacer. Observó que el que estaba a cargo de la urna tampoco sabia demasiado del tema, que estaba tan nervioso como él. La autoridad de mesa aparentaba unos 25 años, probablemente también era su primer sufragio.

---Sale el chico que estaba delante de él en la fila, lleno de aros y tatuajes, él no puede evitar rebajarlo con la mirada, y entra al aula. Mira las boletas, y con mezcla de odio e impotencia, toma la del oficialismo, la destroza, sin que la parte superior quede entera, no quiere que su voto pueda ser contado. Embute ese picadillo en el sobre y sale.

---Le pidieron los datos, lo marcaron en el padrón y le dieron un sobre. Entró y fue derecho hacía la lista que él sabia que votaría, dobló la boleta sabana y selló el sobre con la lengua. Analizó el escenario, sonrió y salió. Depositó el sobre en la urna y todos los fiscales lo aplaudieron por ser su primer votó. Él estaba feliz, tomó el documento y siguió a su padre hasta la puerta.

---Mete el sobre en la urna y sale de la escuela apurado. Cuando está en la puerta se da cuenta que olvida el documento, rezonga y vuelve a la mesa. Se lo dan sin decir una palabra. Mientras camina hacia la salida, revisa, y está bien, el 11º sello en la anteúltima hoja.

domingo, 4 de mayo de 2008

Cuestionario 1

Qué habría sido de tu vida.
Qué habría sido del mundo,
de los que te rodearon,
y de los que te rodearían.
Qué habría sido de los que sufrieron.
¿Sufrirían también?
Cuántos mas te querrían,
y a cuántos mas darías tu amor.
Quiénes te conocerían,
cuáles te odiarían y cuántos pasarían sin huella que dejar.
De qué te arrepentirías,
qué cambiarías y qué no lograrías cambiar.
¿Habrías sido feliz?
¿Habría servido de algo mi larga espera?
Qué habría sido de mi vida, de mi mundo.
¿Crearías o destruirías algo mas en mi?

La respuesta a todo quizas sea la incertidumbre,
o la mortal perfección de tus ojos,
fuente de luz que daba tu vida,
y nutría la mia.

viernes, 25 de abril de 2008

Jaque Mate



El pañuelo era ya una esponja en sus manos. Hacia cuatro horas que estaba sentada en esa plaza, con la mente en blanco, precisamente, en un blanco. Idas y venidas, vueltas y revueltas formaban parte de aquel pacto de rendición que no quería firmar, pero era inevitable.
Recordaba, y aferrada a la memoria, buscaba la respuesta a un nuevo ataque. Pero no, todo seria en vano, el botín ya era propiedad del enemigo.
Intentó ataques aéreos y terrenales, pero las tropas de su adversario ya habían avanzado demasiado ante su descuido, y no hubo manera de hacerlas retroceder. Llegó incluso a utilizar la extorsión, pero los años de espionaje, de inteligencia del país vecino, lograron desbaratar todos sus artilugios.
En un banco sola veía caer la noche, mirando a ninguna parte, dejando que el tiempo pase, soñando en castillos de aire, banquetes suntuosos y tesoros de oro junto a su trono.

viernes, 11 de abril de 2008

En fin...



Ecos rememoran lugares comunes del pasado cercano,

reflejos cristalinos de dos nostálgicos.

No hay riesgos, pero si arriesgados.

No hay tiempo, pero si espera.

No hay amor, pero si consuelo.


La distancia es la mejor aliada de la resistencia.

Riña entre el querer, el deber y el poder,

puja confusa e inconclusa que lleva a la resignación.

Eso que no fue, no será.

Eso que no murió, no morirá.

Eso, tal cual permanece, permanecerá.


Las mentes se fusionan con los sentidos.

Y los corazones se direccionan ajenos, desconocidos.

Ese afecto requiere,

Ese sol ilumina,

Esta noche recuerda.

jueves, 3 de abril de 2008

Carencia

Todo te trae de nuevo,
invariablemente presente en tu ausencia.
Nostalgias, melancolías,
dolores, tristezas;
con el agregado de las lánguidas sonrisas.
Tan distintas, tan ligadas.
Albergadas en una lágrima mas que te recuerda.

Te escribo como siempre.
Te extraño en mi instante.

Duelen los espejismos ocasionales,
reflejos donde quiero volver a refugiarme;
en la seguridad del amor devoto que te tenia;
en la lejanía de esta vida completa que tenemos.

Memoria,
delicioso atajo del ahora al pasado que añoro tanto.

Nuestra distancia,
efímera e irrevocable,
me obliga a ser lo que te debo.
Soy lo que nos quedó.
Soy un pilar mas de tu trascendencia.



Hoy, 3 de abril...

martes, 25 de marzo de 2008

Así


Fantasmas del pasado desintegran los pasillos de la memoria,

Como paladines de una fábula sinuosa y macabra.

Volviste,

Oprimiendo la médula de mi existencia,

Declarándome inocente de esta culpa que es amarte.


Mi realidad, trono de lagrimales disecados por tu ausencia,

Tambalea entre el juego ilícito de esta historia cíclica.

Consumiste,

Las sobras de mi cordura,

Las horas de desvelo y la dulzura que restaba.


La distancia amenaza con hacerte,

A cada instante,

Parte de mi ahora y escombros de mi mañana.

Derruiste,

Las esperanzas más puras de mi ingenuidad,

Absortas por los puñales de mi conciencia pesimista.


Quedo herida al pie de mi demencia,

Siendo victima de no conocerme.

Te fuiste,

Dejando en mí este desabrido repaso de sentimientos

Dando inicio a una nueva agonía sin muerte pendiente.

sábado, 15 de marzo de 2008

Solitas ex mortis


Entró a la oficina, marcó tarjeta sin un segundo de retraso, se sentó y, como todos los días de su vida, se dispuso a asignarle códigos a los fallecidos de la morgue por las siguientes doce horas. Su tarea consistía en etiquetar los legajos entrantes por orden de defunción.

Gabriel Saez era un hombre de unos treinta años a quien le quedaban aun quince de servicio, luego, sería enviado a un retiro dependiente del organismo público para el que trabajaba. Vestía siempre traje negro y camisa blanca, tenía una muda por cada día de la semana.

Los domingos a la salida del trabajo, visitaba al farmacéutico para que le fueran asignadas las vitaminas y nutrientes de la semana, era ilegal consumir más de lo que estaba previsto gastar en el cumplimiento de las obligaciones laborales.

Ese día notó que el legajo número AG-0345 mostraba una leyenda en “Observaciones” que decía “Causal de muerte: Soledad”. Es raro que se especifique el motivo del fallecimiento, se suele aclarar el cómo de la muerte, pero muy rara vez el por qué.

Gabriel se vio interesado por esta rareza y comenzó a leer la ficha. Aparentemente, habría sido un suicidio, pero de forma asombrosa, no explicaba de que manera había ocurrido. La palabra “soledad” no era parte del vocabulario específico de su campo. El estaba convencido de que tenía que ser un error de su subalterno.

Las personas habían dejado de ser instruidas en escuelas hacía ya medio siglo. El nuevo plan de enseñanza consistía en darles las herramientas para que cumplan eficientemente su rol dentro de las comunidades, sin proporcionarles conocimientos extra para evitar las masificaciones. Eran criados en institutitos estatales a partir del primer día de vida, y se los ubicaba en su puesto de trabajo a partir de los 18 años.

Por su número de nacimiento, Gabriel Saez, fue designado para llevar a cabo la labor de funcionario público, y por el status social proveniente del apellido de sus progenitores, se le proporcionó un estilo de vida “estándar”.

Su incertidumbre despertaba por primera vez y no veía la hora de que terminara su jornada para revisar su “manual de empleo”.

Una vez que llegó a su hogar, tomó el instructivo y apeló a la ayuda de las cien hojas de vocabulario, pero no existía ninguna “soledad”. En la última hoja decía “En caso de suma necesidad recurrir al museo y solicitar un diccionario”. Ahora Gabriel tenia dos dudas, qué sería “soledad” y qué sería “diccionario”. La situación ya comenzaba a desbordarlo y decidió ir en ese mismo instante al museo.

Él había oído hablar de aquel lugar pero no sabia su ubicación, así que agarró la guía que estaba dentro del manual y caminó las cinco cuadras que lo separaban del museo.

Un hombre que dependía del Ministerio de educación y conocimientos (lo supo por el traje marrón que llevaba puesto) preguntó a Gabriel qué precisaba, y este, mirando nuevamente la hoja en la que estaba aquella palabra, le pidió un diccionario.

Se sentó y apoyó el libro en una antiquísima mesa de roble torneada llena de polvo que databa del siglo XX, una pieza poco común que se encontraba en exposición. Analizó el encuadernado, ojeó unas páginas y pensó que sería similar a la sección de vocabulario de su manual, pero mas grande. Por si acaso, buscó la letra D, la palabra “diccionario” y encontró el siguiente resultado: “libro en que se explican los vocablos de uno o varios idiomas, o de una ciencia o materia, por orden alfabético”.

Terminada aquella duda, fue a la más importante, letra “S”, palabra “soledad”: (lat. Solitas) Falta de compañía. Indignado por su ignorancia, Gabriel, recorrió las paginas hasta llegar a la letra “C” y consiguió el significado de “compañía”: Efecto de acompañar. De la “C” pasó a la “A”, “acompañar”: Estar o ir con otro// participar en los sentimientos de otro.

Gabriel quedó estupefacto por unos minutos, y pensó: si “soledad” es la falta de compañía, el estar sin otros, el no participar de los sentimientos de otro, él vivía en soledad. Desencantado con la vida que estaba llevando, se dio cuenta que la misma rutina que el venía padeciendo había sido “Causal de muerte” para otra persona.

Miró el reloj y recordó que ya debía estar acostado descansando en su casa. El empleado que lo había atendido ya había sido relevado. Fue entonces cuando se acordó que su credencial de ciudadanía no lo habilitaba para transitar la vía pública a esas horas de la noche.

Corrió hacia su hogar, donde le costó llegar, y abrió la puerta totalmente fatigado. Se acostó exhausto queriendo dormir, pero no pudo dejar de pensar en la desgracia que había acontecido con el pobre legajo AG-0345. Daba vueltas en la cama sin poder dejar de imaginarse situaciones y posibles soluciones para su angustiosa realidad. Cada vez se sentía más débil.

Al día siguiente, Gabriel no llegó temprano como de costumbre, y ante el retraso, cinco minutos después de la hora de marcación de tarjetas, sus directivos pusieron a otro empleado a cumplir sus tareas.

Este nuevo empleado era tan aplicado y funcional como Gabriel. Después de pasar media jornada asignando códigos, hubo una ficha que llamó su atención, había ingresado aproximadamente media hora atrás.

Fue el legajo AH-5632, en “Observaciones” especificaba “Causal de muerte: Soledad”.

viernes, 7 de marzo de 2008

Devenir

Amar el recuerdo, amar el presente.
Extrañar al recuerdo, extrañar al presente.
Paradojas de corazones inconclusos que se revuelcan en la reconstrucción misma.

Incoherencia, superposiciones y desgarros
que cuesta hilar en un mismo telar.
Una obsesión perdida que se entrevera con la posibilidad de mañana,
y un hoy, sinuoso y raquítico camino,
desprovisto de cualquier tipo de guía.

Soledad interna y simulacros dilatados;
la realidad de una actuación poco ficcional.
Donde los protagonistas lidian con una tragedia griega sin publico, ni sentido.

No hay respuestas, solo transcursos;
permanencias de malabaristas principiantes.
La dicotomía mas confusa, el afecto menos cuerdo y una vida por seguir.

El pasado rememora diapositivas de momentos perdidos,
lugares demolidos, personas muertas y cadáveres vivos.
Esconde la seducción del interrogante.
Qué hubiese sido.

El ahora exige la meditación en un futuro jamás pensado,
ilusorio por excelencia, que dista tanto de lo buscado como de lo probable.
La obstinada idea de especular con el presente como condición del porvenir corroe la riqueza del momento, pequeños instantes colosales, gotículas de felicidad.

Es imperiosa la composición de una nueva canción,
que convierta lo sucesivo en una degustación de ahoras,
con armonía, a tempo y en tonos mayores.
Una banda sonora que acompañe cada instante siendo único,
cada felicidad como la primera,
y ese amor, ese hoy, como sentido y accidental, inmediato y perpetuo.

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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)