domingo, 22 de junio de 2008

Esencia


Pies,

llenos de lugares,

que fueron por senderos conocidos y no ciertos,

por rutas dictadas y queridas.


Piernas,

cansadas de subir escalones,

hartas de no llegar a destino,

doloridas y débiles.


Cadera,

coloreada de rumbos,

deseada y difícil,

selectiva y dulce.


Vientre,

simple y joven,

futura vida quizás,

ni pasada ni presente.


Columna,

rectora del bálsamo divino,

lastimada pero erguida,

compuesta y unificada.


Manos,

escritoras y laboriosas,

pañuelos de seda de tantas lagrimas,

dueñas de caricias ilimitadas.


Pecho,

frente a todos vanidoso,

parte del génesis y el transcurso,

centinela receloso del amor.


Cuello,

puente entre el corazón y la mente,

arbitro de riñas eternas,

receptor de besos exquisitos.


Labios,

hacedores de palabras,

transmisores de sentimientos y lujuria,

propios y ajenos.


Ojos,

materialización del infinito,

guías irremplazables del camino,

manantiales de tristezas y alegrías.


Y yo,

suma de mi todo,

tan tuya, tan nuestra,

me entregare en pago al final del camino,

hoy siendo mente, mañana quizás tierra.


Como suya permanezco,

como mía escribo,

y como tuya espero.

sábado, 14 de junio de 2008

Diluvio


Debajo de mis ojos, las fortuitas y numerosas lágrimas desbordaron cuencas que precipitaron una inundación imprevista. No dio tiempo a evacuar los sentimientos. La víctima debió resguardarse en lo precario, y quedar malherida al pie de la vida.

Sus pertenencias se perdieron por la inclemencia del dolor y ahora se encuentra pordiosera junto a su soledad, sin vistas de un futuro, rumiando aun lo perdido, sin proyectos, sin presente.

Evita recurrir a prestamistas de dulzura, conoce cuan caros son sus intereses y no está en condiciones de afrontar tal empresa. La tristeza le quitó todo, incluso las ganas de pedir ayuda, de refugiarse en algún amigo.

Con harapos, se esconde en alguna ruina del pasado para pasar el frío, sabiendo lo peligroso que es confiar en una estructura ya corroída por ciclones de olvidos. Y ahí se queda, dejando transcurrir el tiempo.

Quizás espere que las consecuencias te tal angustia pasen, que los vestigios de cada golpe de la congoja se sedimenten para poder reconstruirse, a orillas de la vida, plantando felicidades y cosechando amor, como hasta ayer lo hacía.

martes, 3 de junio de 2008

Fin

Miércoles, diez de la noche, sale del edificio disparado, con una mente que iba mas rápido aun que su trote inseguro. La discusión con ella lo aturdió, por primera vez se había quedado sin argumentos y, sin mas, debió darle la razón.
Un chico le dice que tiene los cordones desatados, ni siquiera lo oyó, va ensimismado en la reconstrucción del hecho, en el puntapié final que terminó con todo. No logra engullir la cantidad de emociones que tiene atoradas en el pecho, sigue escuchando sus gritos y sus silencios, como los ajenos.
Llega a la avenida y un conductor lo despabila con su bocina tras un grito de “mira por donde caminás”. Termina de cruzar rápido y se sienta en el cordón de la vereda para atarse el zapato, que con el tropiezo por el susto, nota desatado.
Caen lagrimas solas sin intención, que le molestan, en ese día tan frío, tanto como el popurrí de angustias que lleva dentro. Se para y enfila sus pies a la plaza que esta una cuadra mas adelante, sin sentir la helada que se viene, con el dolor a flor de piel como impermeable ante la intemperie.
Piensa, en todo y en nada, delibera en el aire sin tener noción de que es lo que realmente quiere. Ya está, se terminó. La escena se le cruza una y otra vez, como una película repetida. Discutieron horas desde que él llegó cerca de las 6.
Sabe que ya no hay modo de recuperarla, ella misma se lo dijo “no te quiero mas, en realidad nunca te quise como pensabas”. Después de esas palabras su vida se vio quebrada, no esperaba esa merienda después de trabajar 8 horas como cada día desde hacía años.
Ella tenía razón, no tenía sentido estar juntos cuando esperaba un hijo de otro hombre, a quien amaba, con quien se iría a vivir.
Él, desconcertado, escuchó mientras la miraba, la admiraba, desmenuzaba su belleza a la par de su propia vida. Ella estaba en lo cierto, pero no era lo que él quería escuchar. Discutieron, y mucho. Él llegó incluso a proponer la incoherencia de hacerse cargo del bebé, pero ella no quiso, prefirió vivir con quien amaba y el hijo que esperaban juntos.
Prende un cigarrillo y larga todo lo contenido en un grito lleno de lagrimas y humo. Sigue recordando cómo ella lo quería hacer entrar en razón, que ya no existía posibilidad de un mañana juntos, que debía reconstruir su vida y no verla mas.
De un susto tira el celular al piso mientras suena, número desconocido, lo deja ahí, mientras se seca las lagrimas con el puño del saco. Recuerda cuando la conoció, cuando le habló por primera vez, recuerda lo que fue y ya no sería.
Decidió ir a su casa, dormir y dejar de lado el mundo que tanto le hacía recordar los momentos felices. Se acerca a la vereda, para un taxi y le indica la dirección. En el camino mira las luces, las personas que caminan, los autos que pasan, todas esas personas que siguen viviendo mas allá de su desazón.
Se baja tres cuadras antes y compra un atado de Marlboro en el kiosco. Camina y busca el encendedor, se da cuenta que lo tiro junto con el teléfono en la plaza, entonces pide fuego a un señor que pasaba, estando ya a media cuadra de su casa.
Mientras saluda y agradece viene corriendo un hombre desesperado y lo agarra del cuello, lloraba, estaba enloquecido, gritando ahogado “Marcela, mi hijo”. En segundos una decena de policías lo enredan con esposas y manos diciendo que era sospechoso por el crimen de Marcela Díaz.

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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)