lunes, 16 de febrero de 2009

Nombre y apellido




Pie derecho, pie izquierdo, y así se daba la sucesión cíclica, veloz por miedo a no llegar a tiempo. El corazón sumamente agitado y la mente a una velocidad cientos de veces superior a la de sus pasos. El reloj no le daba tregua y la retaba a agilizar las zancadas con elegancia para no llegar deshecha a destino.
Miró el papel, la dirección era aquella, al fin, suspiró, se acomodó la pollera, corroboró que el pelo estuviera decorosamente presentable y estrujó el picaporte para darse paso. En el escritorio aguardaba sentada, a cada nuevo visitante que cruzara la puerta de entrada, una señora pintada con colores vivos en demasía,. Ella preguntó por el Doctor Juárez y anunció que acudía por la entrevista ya pactada, le solicitó la señora de las bienvenidas que tomara asiento y que aguardara unos instantes.
Ese lapso dio el intervalo suficiente para corroborar que las medias no estuvieran corridas, que la pollera estuviera en su lugar, nuevamente, que la camisa estuviera bien abrochada, que el pelo y su cadencia arribaran a un mismo destino, que la pintura no estuviera como la de la recepcionista y que los dientes fueran aptos para una buena sonrisa. Los 60 segundos bastaron.
La mujer de los colores vivos le dio paso a la oficina y allí se encontró con un hombre de unos cincuenta años aproximadamente, de traje, como es costumbre, y con aspecto amigable, sobre todo paciente, eso la tranquilizó. Le extendió la mano, y automáticamente de modo posterior al saludo le deslizó su currículum vitae sobre el escritorio.
Se sentó, el asiento estaba diseñado de tal modo que no podía encorvarse de ninguna manera, o quizás esto era por los nervios de su espalda rígida. Se sentía Marry Popins sin paraguas ni infantes que cuidar.
La oficina era chica, pero ella detectó la ventana (por si acaso debiera arrojarse de la vergüenza) y midió estratégicamente la distancia que la separaba de la puerta. Sonrió esperando algún tipo de reacción de su futuro posible contratante y la primer pregunta fue: “¿vos sos... ?”.
La pregunta más simple la descolocó. Quizás en toda la vorágine de lo que ese día había representado para ella no había lugar para puntapiés filosóficos. Debía contestar quién era. Ella se preguntó a sí misma, quién era. Podía contestar que era hija de, nieta de, alumna de, pero... ¿Quién era por sí misma?
Ella era... ella. Ni siquiera su documento podía marcar su identidad, fue un nombre impuesto por un dueto de padres primerizos que jamás se detuvieron a pensar qué pasaba si su hija no se sentía identificada con ese manojo de silabas.
Quizás ella se definía por quien no era. Ella no era él, no era una diputada nacional, no era amante de la comida japonesa, no era todo lo que no le pertenecía.
Sin embargo, todo lo suyo era compartido, por ende, no era ella en sí misma. Quizás lo más lógico era pensar que era un conjunto de identificaciones compartidas y propiedades asociadas. Era lo que los demás veían en ella, lo que ella dejaba entrever, lo que los otros eran capaces de descubrir según su nivel de perspicacia.
Una arcada mental la obligó a regurgitar su nombre y apellido, pero no la conformó esa respuesta. Sólo pasaron cuatro segundos entre la consulta del abogado y sus vocablos pronunciados.

martes, 10 de febrero de 2009

Noche



La mirada a la octava estrella y la angustia crecía, era proporcional a los miedos y al amor. Esas luces navideñas esparcidas en el mar negro del cielo eran sus hermanas, minúsculas, junto a tantas otras que clamaban por ser vistas por cualquier ojo, o en realidad, por aquella vista esperada que alimenta los destellos, que resucita el núcleo de su belleza.
Quizás cada astro representaba un amor vencido, una lagrima cristalizada por el olvido, sin glorias ni caricias. Millares de nostalgias que luchaban contra los años luz de distancia, contra las decisiones, jamás propias, que firmaron sus condenas.
O bien, podían ser corazones, aquella arbitraria ubicación física de algo tan poderoso que puede mover mundos. Cúmulos de sentimientos que estallaron en fuego sideral por la incomprensión de mortales ciegos de razón.
Intuiciones, ojeadas, observadores expectantes podrían ser también sus esencias, camuflajes que anhelaban ser vistos, que pestañean en cada fulgor con la esperanza de que al amanecer alguien los recuerde.
No sabía que provocaba esa fraternidad con los soles de otras galaxias, sólo comprendía que encontraba en ellos todo su poder encapsulado. Su dulzura retraída estaba espejada en diamantes espaciales, retraída por un contexto de guerras ajenas, riñas de cada cual con cada sí, aquellos combates vanos que ya había superado con la intención de dar paso a todo su caudal.
Sin embargo su torrente se veía limitado, su jauría, su tribu humana, no estaba a la altura de las circunstancias, no lograba comprenderla, fraternizarla, ni ver más allá. Ellos no podían ver las estrellas y hacerlas brillar.

viernes, 6 de febrero de 2009

Treta de encastres


Metaforizo confesiones directas.
Redacto palabras que no digo.
Humillo radares por mis miedos.
Dejo de ser yo, paso a ser lo que fui.
Reminiscencias de aquélla que pierde,
pero gana en cada suspiro,
que agradece tener ojos para contemplarte,
oídos para escucharte y corazón para sentirte.
Ajena a mi,
desde una perecedera distancia,
me hallo idéntica a mi sombra,
como nunca lo había sido.

Concluí empezar esperando,
la profundidad de tu solidez,
la sinceridad de mi ensueño.
Aguardar sólo por la permanencia misma.

Decidí dudar darme,
con la potencia de la ceguera que me caracteriza,
a tu perfección imperfecta.
Entregar mi esencia corrupta por relojes y sus minutos.

Desconozco las sogas que me atan a este efecto,
pero me retienen férreamente, definen con mi total aval,
con mi absoluto desacuerdo.
Contradicciones que me delatan, me debilitan y me enriquecen.

Me alimenta el insomnio y espero.
Aguardo la hermosura de esa alegría que ambiciono,
jamás la propia.

Bocanadas de amor puro corroen lo racional de mis actos.
Destruyen la reputación firme e inalterable.

Me elevo en está disciplina poco tangible,
Por apego al peligro, a lo inexplorado, a vos.

Mudo la piel y vuelvo al principio de mi infinito
Renazco como fui,
Me reconozco como no quiero verme,
Traslucida, ingenua e impropia.

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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)