lunes, 25 de mayo de 2009

Neblina



Neblina, tango y humo. Noche y dios. Un dios con minúscula por ser millones, él siempre pensaba eso, existía la fe en cada dios individual, cada creación, una y personal. Esa noche rezaba desde los pulmones, cuando las lágrimas ácidas corrían en cámara lenta, y su ruego se resumía en una palabra: felicidad.
Hacía horas había huido de su vida, el espiral de problemas y trabas casi lo terminó de estrangular cuando gritó “basta”. Ninguna belleza alcanzaba, ningún tiempo, ningún esfuerzo. Ya había dado todo, deshidratado se reveló.
El reloj de kilometraje del auto marcaba tembloroso más de 130, el de su mente sobrepasaba el límite. Ella lo saturó, la familia lo ahogó, el trabajo lo destruyó, y su dios le marcó el camino a la libertad.
La autopista vacía le daba paso entre las goticulas de humedad. Partía al sur, no sabía dónde, con cuatrocientos pesos, el tanque lleno y dos mudas de ropa. Era joven, inteligente, aunque a veces por demás, y tenía ojos grandes negros que hacían juego con la cara delgada y los labios perfectamente delimitados.

El camino avanzaba, o el auto, depende de donde se viera, él huía. Siglo XX cambalache sonaba desde el estereo, pero él no se enteraba, ni sus lágrimas, ni el velocímetro.
El tiempo corría en dos ritmos paralelos, el del motor y el de su agonía sentimental. Por un momento decidió respirar hondo, y un parpadeo lento acompañó el suspiro. Dos luces de frente lo siguieron, siglo XX cambalache terminaba de sonar hasta que la violencia lo cayó.

Neblina, tango y humo. Noche y dios.

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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)