miércoles, 5 de agosto de 2009

Génesis


Las gotas caían de su cabeza, de sus ojos, del cielo. Respiró humedad y exhaló vapor, entre tos y nicotina. Dio paso tras paso hasta llegar a la esquina y observó la escena nuevamente desde la distancia. La perfección, su belleza, en manos de aquel hombre de bigotes desprolijos y ropas de polista terrateniente.
La había perdido, no había discurso que la pudiera devolver a sus brazos. Él, un artista bohemio que no podía siquiera pagar el alquiler, que todo lo que podía ofrecer eran sus alas, la había creado y la había perdido como quien vive una ilusión.
Miró la escena que transparentaba el vidrio del bar con bronca desde el otro lado de la calle. Camino unos pasos hacia el bodegón de primera clase, pero se frenó a mitad de la calle, ya no le correspondía ningún tipo de intromisión entre ella y aquel desconocido. El gordo del bar la miraba embelesado, corrompía con cada uno de sus ojos minuciosamente su majestuosa exquisitez, mientras tomaba un café que en su mano parecía una irónica taza de juego.
Volvió a la esquina, no dejó de contemplar la escena que se daba al otro lado de la calle. La magia la envolvía y un aurea la hacía irresistible, una Gioconda de gala, una Venus endiosada por pinceladas de inmortalidad, allí permanecía irreverente, ajena a su mirada dolorida.
Dio dos pasos más para alejarse y miró por última vez a sus espaldas. La luz resaltaba la perfección de sus matices, los colores perfectamente elegidos, los trazos tan precisos. El marco de su máxima creación estaba excelentemente lustrado, y ya no le pertenecía.

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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)