miércoles, 25 de agosto de 2010

Paz

La lluvia acompasa el pensamiento, ella deja que la moje, que la haga participe de la naturaleza cuando sólo la rodean edificios, asfaltos y veredas. El verano permite esos excesos tan necesarios de cuando en vez.

Yo la observo desde mi ventana seca y la envidio. Querría un soplo de majestuosidad, un choque con la tierra, un abrazo que permita compartir con la rutina de la calle todas las sensaciones que pueden derivarse del cúmulo de tiempo, experiencias y sentidos.

Me arriesgo a sacar la mano por la ventana y cerrar los ojos para que la química haga lo propio, y funda el cielo con mis dedos antes de que llegue a la tierra y lo absorba sedienta, quizás allí quede algún rastro de mi. Realmente recomiendo hacerlo aunque más no sea una lluvia al mes. Reconforta trascender en impulsos eléctricos que calientan cada gota fría dándole posibilidades de volar en vapor, o de enfriar nuestras manos para que el cuerpo tirite.

No me seco, levanto el brazo y dejo que las gotas recorran mi piel, que pretendiendo ser una burda imitación de llanuras revueltas, absorbe y aminora el paso del recorrido. Llegan a mi codo, bajo las manos y vuelvo a ver por la ventana la calle desierta. Ya somos sólo el resto de esas gotas, el universo y yo, ya no envidio a aquella mujer, apenas la recuerdo.

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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)