miércoles, 28 de mayo de 2014

XXV

Siempre me pregunté qué pasaba cuando una persona se transforma en recuerdo. Pero no en recuerdo pasado, sino en recuerdo presente; una conjunción bastante extraña en la que el hecho de su existencia haya tendido mantos o grietas, besos o látigos, en lo remoto, pero, aun así, se materialice en la sangre como actual y vivo cada uno de sus impulsos.
Siempre me lo pregunté, más que nada cómo sería con un pasado no reciente, porque sabemos, es sencillo alardear de las mariposas en el estómago de hace un mes, o del nudo en la garganta con una semana de vida.
También siempre me pregunté cómo serían nuestras vidas, y puedo reconocer, que muy en el fondo no había división entre las almas, no podía, por claro y concreto sentido común, desunirme de alguien que se transformó en una especie de oráculo, y uso esta palabra porque sé, porque sé…
Sin embargo, nuestras vidas se desunieron y el pasado se hace presente algunas veces a la semana, ante cada tropiezo, ante cada mirada perdida; y cada sensación pasada de mantos o grietas, besos o látigos, se siente en la carne.

Recuerdo el día que dijiste con tristeza: “Te cambia la cara cuando hablás de él”; y era cierto. Puede que hoy pase cuando hablo de vos, un brillo en la mirada por lo que no fue, y el pinchazo, los pinchazos. Pero lo triste, lo que sólo ahora es claro, es que quizás sólo sucede cuando uno habla de lo ya muerto, sin futuro ni resurrección.

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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)