martes, 3 de junio de 2008
Miércoles, diez de la noche, sale del edificio disparado, con una mente que iba mas rápido aun que su trote inseguro. La discusión con ella lo aturdió, por primera vez se había quedado sin argumentos y, sin mas, debió darle la razón.
Un chico le dice que tiene los cordones desatados, ni siquiera lo oyó, va ensimismado en la reconstrucción del hecho, en el puntapié final que terminó con todo. No logra engullir la cantidad de emociones que tiene atoradas en el pecho, sigue escuchando sus gritos y sus silencios, como los ajenos.
Llega a la avenida y un conductor lo despabila con su bocina tras un grito de “mira por donde caminás”. Termina de cruzar rápido y se sienta en el cordón de la vereda para atarse el zapato, que con el tropiezo por el susto, nota desatado.
Caen lagrimas solas sin intención, que le molestan, en ese día tan frío, tanto como el popurrí de angustias que lleva dentro. Se para y enfila sus pies a la plaza que esta una cuadra mas adelante, sin sentir la helada que se viene, con el dolor a flor de piel como impermeable ante la intemperie.
Piensa, en todo y en nada, delibera en el aire sin tener noción de que es lo que realmente quiere. Ya está, se terminó. La escena se le cruza una y otra vez, como una película repetida. Discutieron horas desde que él llegó cerca de las 6.
Sabe que ya no hay modo de recuperarla, ella misma se lo dijo “no te quiero mas, en realidad nunca te quise como pensabas”. Después de esas palabras su vida se vio quebrada, no esperaba esa merienda después de trabajar 8 horas como cada día desde hacía años.
Ella tenía razón, no tenía sentido estar juntos cuando esperaba un hijo de otro hombre, a quien amaba, con quien se iría a vivir.
Él, desconcertado, escuchó mientras la miraba, la admiraba, desmenuzaba su belleza a la par de su propia vida. Ella estaba en lo cierto, pero no era lo que él quería escuchar. Discutieron, y mucho. Él llegó incluso a proponer la incoherencia de hacerse cargo del bebé, pero ella no quiso, prefirió vivir con quien amaba y el hijo que esperaban juntos.
Prende un cigarrillo y larga todo lo contenido en un grito lleno de lagrimas y humo. Sigue recordando cómo ella lo quería hacer entrar en razón, que ya no existía posibilidad de un mañana juntos, que debía reconstruir su vida y no verla mas.
De un susto tira el celular al piso mientras suena, número desconocido, lo deja ahí, mientras se seca las lagrimas con el puño del saco. Recuerda cuando la conoció, cuando le habló por primera vez, recuerda lo que fue y ya no sería.
Decidió ir a su casa, dormir y dejar de lado el mundo que tanto le hacía recordar los momentos felices. Se acerca a la vereda, para un taxi y le indica la dirección. En el camino mira las luces, las personas que caminan, los autos que pasan, todas esas personas que siguen viviendo mas allá de su desazón.
Se baja tres cuadras antes y compra un atado de Marlboro en el kiosco. Camina y busca el encendedor, se da cuenta que lo tiro junto con el teléfono en la plaza, entonces pide fuego a un señor que pasaba, estando ya a media cuadra de su casa.
Mientras saluda y agradece viene corriendo un hombre desesperado y lo agarra del cuello, lloraba, estaba enloquecido, gritando ahogado “Marcela, mi hijo”. En segundos una decena de policías lo enredan con esposas y manos diciendo que era sospechoso por el crimen de Marcela Díaz.
Llega a la avenida y un conductor lo despabila con su bocina tras un grito de “mira por donde caminás”. Termina de cruzar rápido y se sienta en el cordón de la vereda para atarse el zapato, que con el tropiezo por el susto, nota desatado.
Caen lagrimas solas sin intención, que le molestan, en ese día tan frío, tanto como el popurrí de angustias que lleva dentro. Se para y enfila sus pies a la plaza que esta una cuadra mas adelante, sin sentir la helada que se viene, con el dolor a flor de piel como impermeable ante la intemperie.
Piensa, en todo y en nada, delibera en el aire sin tener noción de que es lo que realmente quiere. Ya está, se terminó. La escena se le cruza una y otra vez, como una película repetida. Discutieron horas desde que él llegó cerca de las 6.
Sabe que ya no hay modo de recuperarla, ella misma se lo dijo “no te quiero mas, en realidad nunca te quise como pensabas”. Después de esas palabras su vida se vio quebrada, no esperaba esa merienda después de trabajar 8 horas como cada día desde hacía años.
Ella tenía razón, no tenía sentido estar juntos cuando esperaba un hijo de otro hombre, a quien amaba, con quien se iría a vivir.
Él, desconcertado, escuchó mientras la miraba, la admiraba, desmenuzaba su belleza a la par de su propia vida. Ella estaba en lo cierto, pero no era lo que él quería escuchar. Discutieron, y mucho. Él llegó incluso a proponer la incoherencia de hacerse cargo del bebé, pero ella no quiso, prefirió vivir con quien amaba y el hijo que esperaban juntos.
Prende un cigarrillo y larga todo lo contenido en un grito lleno de lagrimas y humo. Sigue recordando cómo ella lo quería hacer entrar en razón, que ya no existía posibilidad de un mañana juntos, que debía reconstruir su vida y no verla mas.
De un susto tira el celular al piso mientras suena, número desconocido, lo deja ahí, mientras se seca las lagrimas con el puño del saco. Recuerda cuando la conoció, cuando le habló por primera vez, recuerda lo que fue y ya no sería.
Decidió ir a su casa, dormir y dejar de lado el mundo que tanto le hacía recordar los momentos felices. Se acerca a la vereda, para un taxi y le indica la dirección. En el camino mira las luces, las personas que caminan, los autos que pasan, todas esas personas que siguen viviendo mas allá de su desazón.
Se baja tres cuadras antes y compra un atado de Marlboro en el kiosco. Camina y busca el encendedor, se da cuenta que lo tiro junto con el teléfono en la plaza, entonces pide fuego a un señor que pasaba, estando ya a media cuadra de su casa.
Mientras saluda y agradece viene corriendo un hombre desesperado y lo agarra del cuello, lloraba, estaba enloquecido, gritando ahogado “Marcela, mi hijo”. En segundos una decena de policías lo enredan con esposas y manos diciendo que era sospechoso por el crimen de Marcela Díaz.
Etiquetas: cuento
2 Comments:
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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)
Después de haberte tirado flores, ya q hoy por hoy somos amigas y no competencia (??) jajajaja diré q me gustó mucho.
"When you say nothing at all" :-)
Tanex
pd: Sos una gran inspiración... Me voy hacer mate q es mi gran amor
Realmente me gusto mucho. Me sorprendió gratamente. No porque no sepa cuan bien escribís, sino por lo bien logrado que está!!!
La verdad que logras atrapar al lector a lo largo de las lineas!!!
Aunque le encontré un defecto (a mi criterio) que es el hecho que cerraste la historia muy abruptamente.
Si bien al leerlo supuse que podía llegar a terminar así, me quede con la sensación que el cierre fue muy rápido y de golpe.
Sin embargo, me encanto!!!!!
Te felicito