jueves, 28 de junio de 2012

XII

No hay inmensidad en las palabras,
las sílabas,
los cuerpos;
inexistentes todos,
casi repudiables en el natural absoluto.


El agua como centinela recelosa del hielo
y los gigantes ininmutables
ignorando nuestro nimio paso por su eternidad.


Ajenos, nosotros,
a los marrones,
a los matices del blanco azulado de la perpetuidad.


El frío irreverente congela las letras, 
consciente de la osadía,
la aberración de la soberbia,
menos simbólica que humana.


Nada iguala.
Nada plasma.


Sólo permiten los titanes que se admire su gloria.
Advierten que nada más allá de un paso es posible. 
Exigen a los indecorosos, finitos,
el respeto por la soledad de su magnificencia.

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"Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable..." (J.L.B)